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El niño de la curva
Desde la adolescencia soy adicto a las motos. Como no podía tener moto, aplacaba mi ansiedad con la dosis semanal de revistas especializadas y, cada mes, las mensuales. Las leía todas. Pronto me di cuenta que el ciclo editorial se repetía. En líneas generales, los primeros meses del año se probaban las novedades de la temporada; en marzo empezaban las carreras del mundial y en verano ya se publicaban las fotos de los modelos offroad del año siguiente. En otoño, los salones de la moto adelantaban las novedades que llegarían a principios del año siguiente. Y en invierno, destacaban los especiales con regalos para navidad, buscar la inocentada en la semana del 28 de diciembre y las pruebas de los pilotos del mundial con sus máquinas para la temporada siguiente.
Sin duda, las más deseadas eran las revistas de los salones, y durante el año en curso, las más sobadas. Entonces no había internet y todos los rumores que te podían llegar sobre nuevos modelos provenían de las mismas revistas, así que no era extraño que hubiera novedades sorpresa, ya fuera en los salones de Colonia, Tokio o Milán.
En mi caso particular, no iba a tener acceso de ningún modo a nada de lo que se publicara, así que, como me daba igual si un modelo llegaba a España o no, me lo estudiaba todo. Lo divertido era fabular, la ensoñación, como cuando imaginas con un amigo qué harías si te toca la Primitiva. Puede que no sirviera de nada, pero recuerdo esos momentos de ensoñación (y números concretos de revistas) con nostalgia.
Esa época no volverá. La revolución digital permite que una foto-espía, un rumor o una nota de prensa llegue a tu teléfono apenas segundos después de que se haya tomado, dicho o escrito. Importa la inmediatez, ser el primero, el número de clicks y una noticia queda sepultada por la siguiente. Con sus ventajas prácticas y sus inconvenientes sentimentales, no deja de ser el signo de los tiempos.
Ahora trabajo en la revista de motos digital pionera en España. Era imposible de imaginar cuando entró el veneno motociclista, pero entonces internet no era ni una entelequia. En 2018 todavía trabajaba como freelance. En enero me había lesionado gravemente (pretendiendo hacer dirt-track) y tras unos meses convaleciente en casa, decidí hacer realidad uno de mis sueños: acudir a un salón de la moto.
El elegido fue el EICMA de Milán, en noviembre. Un buen colega de profesión me consiguió un pase de prensa, con el que podía acudir a la feria antes de que se abriera al público en general. Según llegué al recinto ferial quedé sorprendido por dos circunstancias: el tamaño de la feria y que todo italiano disponía de pase de prensa. Como aún cojeaba debido a mi lesión, preparé cuidadosamente mi agenda para asistir en directo a las presentaciones más importantes de la feria. Estaban cuidadosamente agendadas para que no se solapasen, pero casi siempre en pabellones diferentes, separados entre sí por largas distancias no aptas para un cojo con la mochila cargada de cámaras, micros, objetivos y baterías.
La primera presentación fue la de la Triumph Scrambler 1200. Llegué pronto y pude ponerme en primera fila. La segunda presentación, la Suzuki Katana, era en otro pabellón. Cuando llegué, apenas podía hacerme un hueco entre los periodistas, camarógrafos y youtubers. Enseguida me di cuenta de que no podría seguir el ritmo y que mi intención de cubrir el salón en su totalidad era una quimera para mí. Como ya me había gastado el dinero en el vuelo y el hotel, decidí tomarlo con calma y disfrutar del salón a mi ritmo, pasar de las presentaciones con fanfarria y visitar los stands según me apeteciese o estuviesen más vacíos. Ya pasaría más tarde a ver los modelos presentados. Sabia decisión. Disfruté como un niño, descubrí pequeños stands de fabricantes artesanales, el pabellón de “inventos chinos” y pude ver y tocar las motos que me apetecieron. No tardaron en venir a mi cabeza esas revistas sobadas, las horas empleadas leyendo los textos y las noches de ensoñación, con las revistas al pie de la mesilla de noche. Y ahí, viendo a youtubers e instagramers de mi ralea (pero sin lesión), emitiendo sus reportajes en streaming, no pude evitar pensar en el chaval que estaría al otro lado del ciberespacio, imaginando aventuras con su próxima moto.
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