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Con Marc Márquez cada vez acarreando un creciente número de títulos en MotoGP, todos pensamos en cuál ha de ser su siguiente desafío, dónde encontrará la motivación alguien que ya está harto de ganar. ¿Cambiar de marca? ¿Intentar dos categorías a la vez? Tal vez… ¿probar suerte en los coches?
No será porque no le han tentado, aunque quizás no con demasiada insistencia y formalidad todavía, pero Márquez ya ha tenido la oportunidad de subirse a un Red Bull y disfrutar de su potencia. “¿Yo en Mónaco con un F-1? ¡No duro una vuelta!”, decía no hace mucho, medio en broma medio en serio…
Mucho antes, a la misma edad que tiene ahora Márquez, los 26 años, Valentino Rossi fue seriamente tentado por Ferrari. De una toma de contacto en Fiorano se pasó a una prueba de verdad, en Cheste, con más pilotos de F-1 en pista. Habría sido la locura en Italia, pero Rossi, por segunda vez –la primera fue a los 13 años, cuando tuvo que elegir entre karts y el campeonato Sport Production 125 italiano- eligió las motos.
Así que seguimos sin tener un piloto de MotoGP que asuma el desafío de dejar las motos por la Fórmula-1. El último fue Johnny Cecotto, que en 1981 se pasó a los coches y en 1984 debutó en la F-1, pero no tuvo mucha fortuna porque una lesión le obligó a dejar el gran circo.
En el pasado sí que resultó frecuente que un piloto de motos probara fortuna en Fórmula 1, y lo cierto es que, con frecuencia, quienes lo intentaron consiguieron resultados positivos, aunque el único que triunfó fue el mítico John Surtees, y nada menos que con Ferrari. Ahora esta opción, la de pasarse a las cuatro ruedas, se antoja muy complicada.
De la época actual, el único que lo ha intentado con cierto interés ha sido Valentino Rossi, que estuvo años flirteando con la Fórmula 1. Una mañana de abril de 2004, tres días después de su primera victoria con Yamaha en MotoGP, se puso al volante de un Ferrari en la pista de Fiorano. Desde entonces, el romance entre ambos trajo de cabeza a los aficionados italianos, pero sobre todo, a los medios de comunicación de aquel país. Las pruebas, más o menos furtivas, más o menos mediáticas, fueron seguidas con expectación, con interés, esperando el momento en que Rossi pronunciara la palabra mágica, el “sí quiero” a Ferrari, que rompería los titulares de la prensa deportiva mundial.
Pero ese día no llegó. A pesar de que entre 2006 y 2007 la tentación de la Fórmula 1 fue muy fuerte, la fidelidad de Rossi por el motociclismo fue mayor, aunque eso no quiere decir que no se permitiera ciertas aventuras, tanto en las pruebas con Ferrari, en ocasiones con el propio Michael Schumacher ejerciendo de “cicerone”, como participando en rallyes del Campeonato del Mundo, y con resultados más que respetables.
El romance entre Rossi y Ferrari podrá parecer anecdótico, o un espectáculo de feria tal vez, pero no cabe duda que sirvió para poner de manifiesto la dificultad que entraña cada especialidad, y sobre todo la especialización que actualmente requiere cada deporte.
No sé si es cierta la afirmación que atribuyen a un patrón de la F-1 que dijo que la importancia del piloto en el coche es tan pequeña que hasta un chimpancé podría conducir un monoplaza actual, debidamente controlado desde el “pit”. De ser cierto, me parece una barbaridad, porque ni siquiera un piloto con talento, un prodigio del deporte del motor, que ha demostrado capacidad y sensibilidad sobre cualquier vehículo de carreras, en ocasiones se las ve y se las desea para seguir rodando “por lo negro”.
De aquellas pruebas se concluyó que Rossi estaba listo para correr en la F-1, con tiempos dignos para estar en una parrilla, pero un piloto con el nivel de exigencia que tiene Rossi, un ganador nato, no puede permitirse el despilfarro de ser un “rellenaparrillas”. Esa incertidumbre sobre su futuro en el automovilismo pesó en su decisión de volcarse por completo en MotoGP. Y ahí sigue, con casi 41 años, y con un contrato por dos temporadas en el equipo oficial de Yamaha.
Tomando como ejemplo el caso de Valentino Rossi, aprovechamos para alabar una vez más al extraordinario John Surtees, el único hombre que ha sido capaz de ganar el campeonato del mundo de F-1 y el campeonato del mundo de motociclismo (en las categorías de 350 y 500), un hecho que nadie, ni de lejos ha sido capaz de emular. El gran Mike Hailwood lo intentó, pero apenas logró algunos podios antes de que una lesión lo terminara apartando de las carreras. Y otros campeones inolvidables, como Johnny Cecotto, prematuramente agotado del Mundial de motociclismo a los 24 años, también lo intentó, sin éxito, y abandonó la F-1, como Hailwood, por una lesión.
Surtees hizo su primera temporada completa de F-1 con 27 años, y con 30 era campeón del mundo, con Ferrari. No hay posibilidad de buscar semejanza entre el paso dado por Surtees y los flirteos y romances de Rossi con Ferrari. Eran otros tiempos.
Surtees llegó a los coches casi por casualidad, casi sin buscarlo, aunque hay que reconocer que el automovilismo se convirtió en una alternativa interesante para un piloto que vivió una época en la que no encontró competencia. No había suficientes motos competitivas, y los pilotos con talento lo derrochaban con modelos obsoletos y sin posibilidades. Muchos echan en cara a Surtees que ganó sus títulos con excesiva facilidad por la manifiesta superioridad de las MV Agusta y sin encontrarse prácticamente rivales. No les falta razón, pero también es cierto que Surtees se convirtió en su propio rival, y en cada circuito no le bastaba con ganar, rodaba mejorando sus tiempos vuelta tras vuelta, y batiendo el récord de cada pista un año tras otro.
Aquellos tiempos eran duros para las carreras de motos, duros y dolorosos. Todos los años quedaba un rival cuando no un amigo en el camino. Los circuitos eran peligrosos y había que saber muy bien donde estaba el límite de la competición. Surtees lo tenía claro. En una ocasión dijo: “Uno de los problemas que te encuentras es que hay pilotos con cierta mentalidad que se creen que ellos son, ¿cómo lo diríamos…? Inmortales. Y más en circuitos abiertos como Monza, donde se olvidan de las precauciones y van como locos. De todos modos, en muchos circuitos intimidantes descubres que si un piloto fuera más preciso y tuviera una mejor relación con su moto podría ser más rápido”.
Surtees tenía muy claro que las carreras de motos comportaban un alto riesgo. Podría parecer mucho más seguro el automovilismo, pero como sucedía en las motos, aquellos días eran verdaderamente duros. Surtees era un gran seguidor del deporte del motor, no sólo de las motos. Tenía buena relación con pilotos de coches de la época, como Mike Hawthorn, que sería campeón del mundo de F-1 en 1958 con Ferrari. Pero Hawthorn dejó las carreras nada más terminar el Mundial. La muerte de su amigo Peter Collins en Nürburgring le marcó.
Después de ser campeón, Hawthorn tuvo una larga charla con Surtees, una conversación que en su momento resultaría importante en la decisión de dejar las motos por el automovilismo. Dos meses después de aquella conversación, Hawthorn murió en un accidente de tráfico.
En 1959 Surtees siguió acumulando éxitos, sumando dos títulos más -e iban cinco- a su palmarés. Semanas después del Gran Premio de las Naciones, en Monza, Surtees recibió una llamada de Reg Parnell, responsable de Aston Martin. Le ofreció un coche para correr en Goodwood. Y así empezó todo, realizando carreras durante ese invierno.
Surtees tenía una relación especial con el conde Agusta. Sus motos sólo estaban a disposición de Surtees en los Grandes Premios y su contrato sólo se refería a los Grandes Premios, así que cuando le ofrecían participar en alguna prueba motociclista en Gran Bretaña, no dudaba en subirse a los mandos de su Norton privada para seguir batiendo a la competencia. Pero en 1960 el conde Agusta dijo que sólo podría correr en moto con MV Agusta, y sólo en el Mundial. Pero no dijo nada de correr en coche… Así fue como Surtees completó sus fines de semana libres participando en pruebas automovilistas. Su victoria en Goowood con un Formula 500 de Ken Tyrrell le hizo ver que tenía futuro en el automovilismo.
Y todo esto, en medio del Mundial de motociclismo, disputando dos categorías a la vez. Y no se conformó con cualquier cosa. Hizo el Gran Premio de Francia en Clermont-Ferrand, ganando en 500, y una semana después debutaba en la F-1 en Mónaco, nada menos.
Ahora esto resultaría impensable. El nivel de la competición y el cruce de intereses comerciales es tan grande, que nadie contempla semejante posibilidad. Semanas después, Surtees era segundo en el Gran Premio de Gran Bretaña, en Silverstone, al volante de un Lotus, tras Graham Hill. Haría un total de cuatro carreras de F-1 ese año, y ganaría de nuevo el Mundial en las categorías de 350 y 500.
Se dio la circunstancia de llegar a correr una prueba de motos y coches en el mismo escenario. En el Gran Premio de Alemania, en Solitude, cerca de Sttutgart, ganó la carrera de 500. Nada más bajarse del podio se cambió de ropa, dejó el mono de cuero y se ajustó un mono de automovilismo para correr esa misma tarde una carrera de Fórmula 2 con el Porsche de Stirling Moss.
Después de aquel día, sólo haría cuatro carreras más de motos. A partir del 12 de septiembre de 1960 su vida fue el automovilismo, y cuatro años más tarde se convirtió en campeón del mundo de Fórmula 1, acumulando siete mundiales de motociclismo, y uno de F-1. Y sólo tenía 30 años.
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