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World Series: El día que temblaron los Grandes Premios

El Mundial de Velocidad se viene desarrollando sin interrupción desde 1949. Pero hubo un momento en 1979 que el Campeonato del Mundo parecía haber llegado a su fin con la amenaza de las World Series, el campeonato paralelo promovido por el mismísimo Kenny Roberts.

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Redaccion Moto1pro
Juan Pedro de la Torre
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Archivo
Fecha07/06/2017
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Fecha07/06/2017


Hasta la entrada en escena de Dorna y TWP en 1992, el Campeonato del Mundo de Velocidad vivió bajo el férreo control de la Federación Internacional de Motociclismo (FIM), con una estructura organizativa completamente subordinada a la FIM a través de la Federaciones Nacionales. Toda competición pasaba por sus manos: licencias, reglamentos, calendarios, toda clase de pruebas y campeonatos… Tenían un control absoluto sobre el deporte motociclista. Sólo así se puede entender el fracaso sufrido por las World Series, un campeonato paralelo promovido por Kenny Roberts que intentó ver la luz en el invierno de 1979.

Roberts, que llegó al Mundial en 1978 con un estilo nada complaciente, impuso una nueva forma de hacer las cosas, dentro y fuera de la pista, y junto a su “manager”, Barry Coleman, impulsó la profesionalidad del campeonato. Fueron frecuentes las disputas con diferentes organizadores de Grandes Premios por considerar insuficiente la cuantía económica de sus premios. La leyenda negra de Roberts dice que colgó por las piernas desde una ventana a un organizador francés que se resistía a pagarle…

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GP de Bélgica: se encendió la llama

Lo cierto es que el colectivo de pilotos siempre estuvo bastante desunido, a pesar de compartir intereses comunes en muchos casos. La seguridad, con determinados boicots en algunas circunstancias que consideraban peligrosas, permitía que en ocasiones los pilotos hicieran un frente común, aunque no unánime. Y fue a raíz al boicot del Gran Premio de Bélgica de 1979, donde las malas condiciones del asfalto provocaron el malestar entre los pilotos, cuando Roberts vio una oportunidad de exponer una idea.

El circuito de Spá, parcialmente no permanente, sin pista de servicio y con un uso masivo de guardarraíles, provocó el rechazo de los pilotos. Kenny Roberts, Barry Sheene y Virginio Ferrari encabezaron una protesta, respaldada por la mayoría, que se plantó y pidió la anulación de la prueba. Al final, la carrera se disputó pero sólo con pilotos privados.

La FIM impuso a Roberts y Ferrari una suspensión de licencia, aunque fue sustituida por una sanción económica, así como multas menores a todos aquellos pilotos contratados que no tomaron la salida. En total, fueron casi ochenta los pilotos que boicotearon la carrera. La multa no frenó a Roberts. En Estados Unidos contactó con Mark McCormack, responsable de International Management Group (IMG), una de las empresas pioneras en el marketing deportivo, y juntos dieron forma a un plan, a una alternativa al Mundial de la FIM: las World Series.

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World Series y los 40 rebeldes

Seis semanas y tres Grandes Premios más tarde, el 11 de agosto, tras los entrenamientos oficiales del Gran Premio de Gran Bretaña, en Silverstone, varios pilotos convocaron una inesperada rueda de prensa. Aquel fue un Gran Premio lleno de acontecimientos, porque los periodistas no se habían recuperado aún del “shock” de ver el retorno de Honda a los Grandes Premios con la NR500, cuando se vieron frente un comité de pilotos en el que estaban Kenny Roberts, Barry Sheene, Virginio Ferrari, Wil Hartog, Johnny Cecotto y otros pilotos de primera fila.

Para sorpresa de todos, el grupo anunció su intención de renunciar al Campeonato del Mundo de 1980, y la creación de un campeonato organizado y gestionado por los propios pilotos que se denominaría World Series, a celebrar en varios circuitos de Europa y América, con buenas dotaciones en primas y premios, y sólo dos categorías: 250 y 500.

Aquello fue una auténtica revolución. La FIM reaccionó con firmeza. A través de las federaciones nacionales se amenazó con la suspensión de la organización de competiciones FIM a aquel circuito que albergara una prueba de las World Series, y lo mismo sucedería con los pilotos, que perderían su licencia FIM. Pero habida cuenta de la firmeza de los pilotos y la importancia de los nombres implicados, no bastaba con sacar la mano dura. En el Congreso de la Federación Internacional realizado en Montreux (Suiza) en el mes de octubre, la FIM anunció el incremento de las primas y premios. La federación aumentó el presupuesto y modificó el sistema de distribución, ofreciendo mejores premios por clasificación.

Pero eso no paró a los rebeldes. El 16 de diciembre las World Series fueron presentadas de forma oficial en Londres. Barry Coleman, director adjunto de World Series Racing Ltd., dio a conocer los planes inmediatos de la organización. Junto a él estaban Kenny Roberts y Barry Sheene. Las World Series tendrían dos categorías: F-1 (500 c.c.) y F-2 (250 c.c.). Se contemplaba un calendario de ocho carreras para 1980: Imola, Donington Park, Laguna Seca, Le Mans, Monza, Zandvoort, Salzburgring y Zolder. Cada carrera contaba con una dotación económica muy superior a la ofrecida por la FIM en sus Grandes Premios. Cualquier piloto contratado, por el simple hecho de terminar entre los veinte primeros clasificados, tenía unos ingresos garantizados de mil dólares que, salvo en 500, era algo más de lo que ofrecía la FIM.

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La nómina de inscritos era de cuarenta pilotos, entre los que estaban Kork Ballington, Jon Ekerold, Patrick Fernández, Virginio Ferrari, Gregg Hansford, Wil Hartog, Marco Lucchinelli, Randy Mamola, Patrick Pons, Kenny Roberts, Christian Sarron, Barry Sheene, Freddie Spencer, Franco Uncini… Aunque no incluyó a pilotos procedentes de las categorías inferiores. Los pilotos de las cilindradas de 50 y 125 fueron completamente ignorados por las World Series, lo que definía claramente la orientación del campeonato y el tono anglosajón del certamen.

La FIM echa un pulso y lo gana

En las World Series estaba previsto que los pilotos participaran en la gestión del campeonato, y se creó un comité de control compuesto por representantes de pilotos, mecánicos, fábricas, prensa, y concesionarios de marcas, y se nombró al mismísimo Mike Hailwood como miembro de este comité.

Aunque nacían enfrentándose frontalmente a la FIM, las World Series también mostraron un perfil conciliador. Coleman apeló al derecho a organizar sus propias competiciones, como sucediera en 1977 con la Copa del Mundo AGV. Aquella competición nunca pretendió ser una alternativa al Mundial de la FIM, sino una fórmula que permitiera a los organizadores de las 200 Millas de Daytona, las 200 Millas de Imola y la Moto Journal 200 de Paul Ricard, que no estaban interesados en figurar en el calendario del Mundial de 750, tener un formato independiente y de relevancia.

Los fabricantes también tenían mucho que decir. Las marcas italianas quedaron automáticamente excluidas puesto que su actividad se centraba mayoritariamente en las categorías inferiores, mientras que entre las japonesas, Yamaha, Suzuki y Kawasaki se mostraron receptivas a las nuevas propuestas debido al interés de sus pilotos, la mayoría de los cuales habían firmado por las World Series. Honda fue la única marca que desde un primer momento estuvo del lado de la FIM.

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Pasaron las semanas y las World Series no lograron cerrar sus acuerdos ni con los pilotos ni con los circuitos, y claro, tampoco con los fabricantes. Y se encontraron bloqueados por la FIM: cualquier clase de actividad en el deporte motociclista debía recibir, obligatoriamente, la autorización de la FIM. Los propietarios de los circuitos, en caso de realizar una prueba de las World Series, se enfrentaban a la amenaza de no organizar ningún otro evento de la FIM o de las federaciones nacionales, y ninguna instalación se podía permitir el lujo de realizar una única carrera a lo largo de la temporada. Incluso las World Series pretendían imponer sus propios patrocinadores a los circuitos, una costosa exigencia que éstos tampoco podían admitir.

El fracaso de las World Series

A la vista de esa indefinición, se produjeron las primeras fisuras. Las World Series, además, exigían un contrato de exclusividad que impediría a los pilotos correr en cualquier otro evento que no fuera el suyo. Y así llegaron las primeras bajas. La más importante fue la de Hartog, que decidió abandonar las World Series al sentirse engañado por Roberts y Coleman. A Hartog le siguieron sus compatriotas Jack Middelburg y Boet Van Dulmen, Graziano Rossi, Gianni Rolando… La nómina de pilotos fieles se redujo a sólo catorce miembros.

Un mes después de la rueda de prensa de Londres, Coleman se entrevistaba en la sede de la FIM con su presidente, Nicolás Rodil del Valle. Coleman quedó acorralado por la evidencia: el deporte motociclista estaba completamente regulado por la FIM y cualquier actividad debía someterse a su aprobación. Y las World Series nunca recibirían la bendición de la FIM porque surgieron como una alternativa al Mundial de la Federación Internacional. La FIM había dejado sin argumentos a las World Series.

A Roberts no le quedó más remedio que comerse sus palabras y volver al redil de la FIM. Coleman reconocía que las World Series no se iban a celebrar en 1980, pero sin hablar en ningún momento de derrota: “Nos hemos quedado cortos de tiempo y hemos decidido esperar un año más antes de lanzar las World Series. Pero estamos en una posición muy fuerte. Hemos obligado a la FIM a hacer muchos cambios en el sistema de premios que no hubiese considerado a no ser por la alternativa que las World Series ofrecían. Hemos perdido una batalla, pero no la guerra”.

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Tras de semanas de incertidumbre, las turbulentas aguas del Mundial terminaron por apaciguarse. De aquellos cuarenta pilotos rebeldes decididos a cambiar el mundo, sólo dos permanecieron fieles a la idea original de las World Series: Virginio Ferrari y Gregg Hansford. Aquella fidelidad les costó muy caro, y puso fin a dos prósperas carreras deportivas. Ferrari se reenganchó al campeonato de la mano de Cagiva, en 1980, y posteriormente regresó al equipo Suzuki Gallina en 1982 y corrió con el Yamaha Agostini en 1984, además de hacer el Mundial de 250 en 1986, pero ya no fue aquel talento que puso en jaque a Roberts en 1979. Posteriormente, ganó el Mundial de F-TT1 en 1987 con Bimota. Hansford corrió peor suerte: Kawasaki lo repescó a finales de 1980, y colaboró en el desarrollo de la KR500, pero una seria lesión le apartó de las carreras. Regresó a Australia y se dedicó al automovilismo. Tristemente, falleció en 1994 en un accidente en Phillip Island.

Paradojas de la vida. Ese año el Mundial fue uno de los más cortos que se recuerdan. La suspensión de las citas de Venezuela y Suecia por problemas económicos, y de Austria por culpa de una inesperada nevada, dejó el calendario reducido a sólo ocho carreras. De haber prosperado las World Series en una temporada como ésa, puede que la historia del motociclismo habría cambiado.