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Opinión

Una piscina sin agua

Gonzalo de Martorell
14/12/2018
¿Hay más demagogia que realidad en la ofensiva por el vehículo eléctrico?

Desde hace unos días bromeo a menudo con que yo, en el 2040 -fecha de la anunciada prohibición de los motores de explosión- tendré 75 años y ya me dará igual vivir en un mundo en el que los coches y las motos sonarán igual que las lavadoras al centrifugar.
A alguien que ha conocido el rugido de un V4 a fondo en la recta de Le Mans o se ha enamorado del rítmico golpeteo de un motor Evolution gritando a través de unos Screamin Eagle, el último tercio de su vida le parecerá -sin ninguna duda- mucho más aburrido.
Y no me malinterpreten; yo no tengo nada contra la propulsión eléctrica “per se”... del mismo modo que tampoco lo tengo contra las hamburguesas de tofu.
Simplemente me interesarán el día que consigan transmitir un mínimo de emoción.

Mientras ese día no llegue seguiré creyendo que son una imposición de la dictablanda de la corrección política en la que vivimos inmersos... porque ninguno de los gurús de la sostenibilidad eléctrica me ha dicho todavía qué vamos a hacer con las altamente tóxicas baterías cuando dejen de ser operativas -100.000 toneladas solamente en Europa la próxima década, según cifras UMICORE- de dónde va a salir la electricidad para mover los cientos de miles de coches y motos y cómo van a hacer para recargar su coche los señores del 6º 2ª Escalera Interior.
Obviamente lo constructivo es pensar que en el 2040 todos estos temas estarán resueltos y la industria habrá desarrollado la tecnología necesaria para ello pero como todavía no es así... pues yo me permito el placer de la discrepancia. Porque puede que en el 2040 ya hayamos viajado a Marte, los coches voladores sean una realidad y la televisión en holograma presida nuestro comedor pero mientras tanto... a mi me sigue pareciendo una insensatez legislar sobre sobre futuribles de ciencia-ficción.

Sobre todo porque hablas con los responsables de las marcas y todos te dicen lo mismo fuera de micro; que los políticos nos están tirando a una piscina sin agua ya que -hoy por hoy- ni la tecnología ni las infraestructuras a medio plazo permiten hacer del vehículo eléctrico un sustituto real del de combustión interna.
Hará falta como mínimo una década para que los principales fabricantes desarrollen una batería capaz de proporcionar más autonomía con menos peso y menos toxicidad -las llamadas de “estado sólido” se antojan las mejores candidatas pero apenas han dejado de ser un experimento-, otra para que alguna de las propuestas se convierta en el estándar aceptado por toda la industria y diez años más para que las ciudades y carreteras se doten de las “estaciones de servicio” capaces de cubrir las necesidades de repostaje de ese estándar como hoy lo hacen las gasolineras.

Nadie cuestiona la necesidad de luchar contra la emisión de gases y partículas.
Ni siquiera que el vehículo eléctrico pueda llegar a asumir, con el tiempo, el rol que ahora ocupan los de combustión interna pero las prisas demagógicas en un tema tan sensible son siempre malas consejeras. La transición ha de hacerse cuando la tecnología lo permita y con la mínima afectación de los ciudadanos para los que los coches y las motos no representan un capricho burgués sino una necesidad vital de transporte.
Sin embargo no puedo dejar de pensar que a la mayoría de voceros que con tanta insistencia y vehemencia defienden las infinitas maldades del vehículo de combustión, lo que les molesta de verdad no es que sea de gasolina o diésel sino que sea PRIVADO.

Gonzalo de Martorell
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Siempre periodista y siempre motero. Y a ambas cosas me dedico desde hace casi 30 años. También viajo, hago radio, me defiendo con la cámara de fotos, soy un apasionado del RCD Espanyol... y tengo un gato que se llama Palpatine.

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