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Andrea Dovizioso

Dovizioso-Ducati: una verdad incómoda

Todo lo que ha pasado a lo largo del Gran Premio de Austria (victoria incluida) es consecuencia de una clave, dentro del “box rojo” de Borgo Panigale, que está pasando desapercibida para la mayoría de los aficionados. Te la cuento.

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Redaccion Moto1pro
Diego Lacave
Foto Fecha12/08/2019

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fecha12/08/2019


De entrada, y como mandan los cánones, quiero celebrar sin contemplaciones que mi artículo de la semana pasada se quedara (como escribí: lo deseaba) antiguo en menos de siete días. No solamente fue Andrea Dovizioso el que demostró un importante cambio de actitud para enfrentarse al momento de forma de Marc Márquez; sino que también otros pilotos como Fabio Quartararo o Valentino Rossi despertaron del “letargo agostí” de la carrera de Brno. Yo señalaba especialmente a Ducati (y a Dovi) como los que tenían en su mano (sus pilotos, la del gas) que Spielberg fuera otra película. Y cumplieron. E insisto: lo celebro.

Pero el debido disfrute del regreso del espectáculo a MotoGP en una carrera concreta no debe taparnos otros detalles importantes. Y en este caso, determinante: ¿Por qué reaccionó así, Andrea Dovizioso? Por amor propio, diríamos el noventa por ciento de los aficionados, en esos plebiscitos que veo cada día en las redes sociales (“me meo: ¿para qué lado queréis que lo haga?” y las opciones derecha/izquierda/arriba/#pabajonunca y tal). Bien: amor propio, entonces. Siguiente pregunta: ¿Qué le ha hecho despertar ése amor propio, refrendado con una victoria y un recado posterior hacia su “bestia negra” particular, Jorge Lorenzo? Pues no es qué, sino quién: Gigi Dall´Igna. Y con Lorenzo por medio. Ha jugado fuerte y ha vuelto a ganar, dentro del sanedrín de Borgo Panigale. Porque para ser un buen ingeniero se pasa mucho tiempo estudiando. Y a veces, también a las personas.

Gigi lo dijo tan claro, el sábado del pasado Gran Premio de Austria, que debió asustar a más de uno de los que se visten de rojo (y de algún otro color) en el paddock: “Soy el director general de Ducati y mi obligación consiste en conseguir a los mejores pilotos para mi moto. Si se genera una posibilidad, hay que estudiarla. Si luego se puede llevar a cabo o no, depende de otros factores. Pero como director general, mi trabajo es tener a los mejores”. Dall´Igna daba una respuesta retórica (diciendo algo obvio, indiscutible dentro de su cargo) en público, a un hecho que él mismo se había encargado de difundir en privado, tras el Gran Premio de la República Checa: que el manager de Jorge Lorenzo les había tanteado, incluso, para hacer un canje con Miller en 2020.

La “serpiente de verano” culebreó poco y la historia ya te la sabes; por lo tanto yo no perderé más líneas (ni tú más tiempo) con ella. La manzana que traía en la boca, en forma de tentación bíblica, estaba llena de agujeros. Pero todo ese ruido ha tapado el “terremoto sordo” que me interesa a mí; una verdad incómoda en la relación, desde hace tiempo, de Andrea Dovizioso y algunos de los prebostes de Ducati: sencillamente, no se soportan, Dovi y Gigi. El ingeniero fue el que trajo a Lorenzo y desde entonces (debería agradecérselo: nunca brilló tanto, el de Forli) la relación fue marchitándose.El año del espejismo (2017: título vivo hasta Valencia) Gigi no se escondió ante los naufragios de Andrea en escenarios como el de Phillip Island, o el propio Cheste. Y cuando en la segunda mitad de 2018 le renovaron bien al alza, el ingeniero sólo abrió la boca para recordarle al piloto que debía de responder al liderazgo con resultados, que la moto es un avión. Gigi lleva todo 2019 insistiendo en ello y suspirando por Jorge, mientras Dovi se enfrenta a él ridiculizando sus inventos de aerodinámica y negándose a probar los nuevos ingenios que salen de su quijotesca cabeza.

Domenicalli, en su “fake roll” de “capo di tutti”, vive alimentando lo que otro italiano (que se llamaba Julio y vivió en Roma hace más de dos mil años) escribía en sus pedantes escritos: “divide y vencerás”. Es cierto: este pasado domingo lo hicieron. Lo consiguió un “Dovizioso Desencadenado” que se la jugó a la carta negra (la del caballo y la del neumático) y salió como el animal que todos (también Gigi) sabemos que no es. No como Marc. No con su constancia. Pero ese día llevaba un extra de combustible en la cabeza: se llama rabia y tiene un octanaje especial, muy explosivo. Le habían tocado las narices más de la cuenta, desde dentro.

Por eso, cuando acabó la carrera, no hubo reproche alguno que hacer a su rival vencido; ni siquiera por aquel “blockpass” injustificado en el inicio de la contienda: todos los recados fueron a Ducati y Jorge Lorenzo. Con moderación y dejando que fueran los periodistas los que le pusieran botando la pelota, pero recados en toda regla. El daño dentro de este garaje ya es una realidad palpable; y el reto de Ducati para reinventarse y remodelar su plantel de pilotos a medio plazo, inevitable. Hay jefes que piensan que nunca ganarán una guerra con estos indios; y soldados que se amotinan ante sus generales cada día. ¿Quién ganará? Puede que pierdan ambos, Gigi y Dovi, para que termine de vencer el que importa: Ducati. Ya lo veremos.