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El niño de la curva

Ahora era yo el galgo

Pipe Hinojosa
07/01/2021
Tendemos a pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor. Yo creo que es fruto de un mecanismo de autodefensa del cerebro, que nos lleva a olvidar las malas experiencias. O simplemente elimina de tus recuerdos aquello que te lo estropea.

Te acompañará hasta la caja de pino ese encuentro con un ciervo en medio de la sierra. Tienes grabado en tu cabeza el instante en que os cruzáis la mirada. Pero seguramente olvides que, tras cinco horas caminando, estabas sediento y con ampollas en los pies porque te rozaban las chirucas.

Algo parecido ocurre con las motos de nuestra adolescencia. Cómo molaban las Vespinos, Primaveras, Streaker, MBX y demás espingardas de 2T. Andaban y consumían mucho. De emisiones no se sabía, porque entonces ni se medían. Pero se nos olvida que, hasta los que tenían moto con engrase separado hacían la mezcla, no fuera a fallar el sistema y hubiera que llamar a Houston por avería seria.

Las motos que me gustan de verdad son las que entonces eran inalcanzables para mi por edad. Yo tenía 12 años cuando vi a Schwantz ganar en Suzuka en 1988. La Suzuki GSXR 750 R de 1988 (y después la 89 y la 90) era una maravilla de las proporciones, después del modelo 85-86-87 y ocupaba buena parte (no toda) de mis sueños húmedos. Años después, en 2005, tenía 30 años y el dinero suficiente para comprar la moto de mis sueños. Habían pasado más de 15 años, pocos para ser una clásica, también demasiados para estar a la última; una moto vieja.

Encontré una unidad de 1990 con pocos kilómetros, olvidada en el garaje por su dueño, que era fotógrafo. Cómo no, la foto del anuncio era preciosa y entré como un torete. Me dejo probarla, eso sí, de paquete. No he pasado más miedo en mi vida, pero sonaba fina fina. Por 2000 € me la llevé. Lo primero, peregrinación al GP de Jerez, suficiente para jurarme que no volvería a hacer un viaje con ella; era un potro de tortura medieval. Pero en circuito era la moto más divertida que había probado, me encantaba ir de tandas con ella. Con el paso de los años me lo pasaba igual de bien, pero me lijaban más en las rectas de los circuitos, hasta el punto que me compré otra GSXR 750, esta vez ex European Cup, forrada de golosinas.

La GSXR de 1990 seguía igual de bonita, pero no era competitiva. La vacié de líquidos y la subí al salón de casa (vivo en un 1º) por las escaleras, con la ayuda de 6 amigos. Estaba preciosa ahí, inmaculada, de serie. El plan era tenerla en casa hasta 2015, en que cumpliría 25 años y podría correr en clásicas. Entonces rodaba en clásicas con una Rickman Z900 de 1975 que, al igual que la 90, era preciosa. Su problema no era que no corriese, sino que era un hierro. Una vez la 90 descendió de mi salón para volver a pista, no volví a coger la Rickman, que vendí a Agustín, un tipo de Tarragona que corre en clásicas (y muy bien) con Guzzis. Ahora era yo el galgo.

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Después de muchos años en el sector audiovisual y trabajando como freelance para distintas marcas y medios, ahora disfruto de mis dos pasiones, las motos y la comunicación, en Moto1pro, la primera web de motociclismo digital en español.

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