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Entre la victoria de Qatar y la de Argentina, Valentino Rossi hizo lo mejor: creérselo, por fin. Pero también cometió su primer gran error del año.
El podio histórico de Losail en el inicio de la temporada 2015 dice muchas cosas: triplete de pilotos italianos y una Yamaha ganando a las todopoderosas Ducati en esa enorme recta del desierto; gracias a la maestría de Valentino Rossi en el resto de aquel revirado circuito.
La trascendencia de ganar así (recuerden: con un motor di merda) aumenta si hacemos un ejercicio de memoria y recordamos el sábado de aquel fin de semana de carreras: pole de Andrea Dovizioso, seguido de Pedrosa, Marquez, Iannone… Jorge Lorenzo sexto y Rossi en octavo puesto (en el centro de la tercera fila) de parrilla.
La victoria de Valentino en Qatar le sirvió para empezar a creérselo, por fin. Sabía que Iwata había configurado una Yamaha M1 capaz de ir bien en todos los circuitos. Y su primer rival (Jorge) y los otros dos españoles (Marc y Dani) acabaron 4º,5º y 6º tras la bandera de cuadros.
No dejamos el desierto, aún hay más. En plena euforia tras el podio, la señal internacional de TV se dirigía a otro punto del paddock donde Dani Pedrosa anunciaba que se bajaba de su Honda sin fecha de regreso. Una baja laboral del piloto de fábrica de HRC en toda regla. Un rival menos, recién estrenado el año.
Quince días después MotoGP aterrizaba en el circuito de Austin, ya entonces feudo de Marc Márquez. Y el de Cervera cumplió con su vitola de favorito americano con creces; pero Valentino fue capaz de cuajar un podio muy trabajado, detrás de Iannone pero delante de Lorenzo; de nuevo cuarto tras la bandera de cuadros.
De aquel fin de semana quedará el recuerdo del mejor sábado de todos los tiempos: esa secuencia monumental de Marc dejando su montura parada a final de recta de meta, los cien metros lisos vestido de romano para agarrar la segunda moto y aquella vuelta sideral que le valió la pole en COTA.
Un Márquez pletórico (en modo 2014) aterrizó, una semana después, en Termas de Río Hondo: el primer escenario dramático de esta historia. Todos los aficionados tienen en su cabeza las imágenes de lo que pasó; pero olvidan una buena colección de claves que explican por qué pasó.
Para empezar tenemos cómo acabó aquel sábado de Gran Premio: Valentino Rossi, como en Losail, octavo; con sus principales rivales delante; y Marc en pole position. En la mañana del domingo, Márquez seguía presentando sus credenciales a la victoria con un Warm Up demoledor.
Pero una mala elección de neumáticos (nota: 2015 era el último año de Bridgestone) le arruinaron su estrategia de carrera: ganar arrasando de semáforo a bandera. La pizarra del muro le informaba de un problema inexorable: llegaba Valentino. Y él se quedaba sin gomas.
Efectivamente, Valentino Rossi llegó; y le adelantó en la primera curva a derechas que tuvo a mano. Pero Marc no aceptaba quedar segundo ese día y contestó soltando los frenos; metiendo la rueda delantera de su Honda en los riñones de Rossi y empujándolo hacia fuera de la trazada.
Inmediatamente después venía un cambio de dirección en el que Valentino se preparó una maniobra defensiva que, en realidad, fue un bofetón en toda regla de un padre a su hijo insolente. Miró hacia atrás como diciéndole: “espero que te quedes detrás, porque como te pongas a mi lado, pillas”.
Y Marc se puso y pilló. Para mí no hay duda alguna: Rossi le tiró sin compasión; haciendo uso de una trayectoria de derecha a izquierda más propia de Moto3 que de MotoGP, barriendo a su rival mientras aún estaba por detrás de él. Quedaban dos vueltas para el final.
El resto es la historia que cuenta la foto que traigo este domingo: celebración con la camiseta de Diego Maradona y Termas cayéndose en pleno furor rossista con carteles donde ponía: “Valentino, el viento es viejo y sigue soplando”.
Y aquí vengo a explicar la segunda de mis conclusiones (muy personales, una por semana) sobre todo lo que explica el desenlace de 2015: el primer gran error de Valentino Rossi aquel año. Y no, no tiene nada que ver con lo que pasó en la pista; sino en lo que no pasó, fuera de ella.
No soy nadie para juzgar el trance de carrera de Termas: si Vale hizo bien o mal, es, en realidad, lenguaje de pilotos. Sabemos que dirección de carrera lo dejó en incidente, sin más. Pero estoy convencido de que Rossi se equivocó renunciando a hablar en privado con Márquez tras el fragor de aquel irrepetible Gran Premio de la República Argentina.
Valentino Rossi pudo haber reconocido en la rueda de prensa del podio que el lance con Marc estaba en el límite (al menos) de lo legal y que si el de Honda estuviera dispuesto a recibirle, él iría enseguida a tratar el tema en privado. También pudo haberlo hecho sin más, sin exposición pública.
Esa conexión paterno filial de la que dimos cuenta hace una semana en el primer capítulo de esta serie, aquella relación comercial que prometía un futuro provechoso, merecía ése esfuerzo por limar asperezas. Y era el león viejo de 36 años el que debía, por madurez y por el zarpazo de Termas, dar el paso frente al felino joven (y herido) de sólo 22.
Rossi no lo hizo y la brecha con Márquez quedó abierta (e infravalorada desde el principio por Valentino) ya para siempre. La cuarta cita del año era Jerez; y unos días antes Repsol nos invitaba a la prensa española en sus oficinas centrales de Madrid para hablar con Marc.
Allí nos daban (además del aperitivo) una versión oficial enrocada en un "nada que objetar" que nadie se creía, porque en privado el equipo de Márquez nos enseñaba un vídeo que demostraba la intencionalidad de la maniobra de Rossi. La ruptura de la relación entre ambos era una certeza.
Y a mí no se me ocurrió otra cosa que decirle, fuera de micrófono, a Emilio Alzamora (en uno de esos ejercicios cortesanos a los que he aprendido, tarde, a renunciar para siempre) que lo pasado no tenía arreglo; pero que Marc disponía ahora de todo el año por delante para devolvérsela a Valentino.
Nunca olvidaré la reacción del campeón de 125 en 1999: me señaló con su dedo, asintiendo con los ojos muy abiertos, la sonrisa muy clara y sin decir ni una sola palabra. Ni falta que hacía. Nunca nadie me transmitió un mensaje con tanta claridad… Y sin abrir la boca.
El Gran Premio de España arrojó el siguiente saldo: primera victoria del año de Jorge Lorenzo, seguido de Márquez y Rossi salvando de nuevo el podio a más de diez segundos del ganador. Dani Pedrosa pospuso su regreso a Le Mans y Lorenzo repitió victoria y Rossi podio, en Francia.
Y en Mugello lo mismo: Lorenzo ganando y Rossi tercero; pero con el segundo cero de Marc Márquez. Y el tercero a la siguiente, Montmeló. Para el piloto que había arrasado en 2014 la lucha por el título de 2015 se ponía cuesta arriba. Y la moral en su entorno cuesta abajo.
En Barcelona Lorenzo volvió a ganar (la cuarta seguida) y Rossi volvió a ocupar el podio y a mantener el liderato; como llevaba haciendo desde la primera carrera del año. La rabia de Marc, sin embargo, no podía con una Honda ya claramente inferior a la invencible de 2014.
Y con todos esos mimbres llegamos a la octava cita del año: La Catedral de Assen. Y aquí lo dejamos hasta el próximo domingo (tercer capítulo escrito) y el lunes posterior (el vídeo con Máximo Sant; que se lo está pasando muy bien).
Pero para dejarlo con otro grito en lo más alto (como la semana pasada con Galbusera) hoy acabo recordando a Álex Crivillé (cuya mesura en sus comentarios de MotoGP es indiscutible) perdiendo su oremus personal y vociferando “¡Qué animal, qué animal!” mientras presenciaba el desenlace del Gran Premio de los Países Bajos… Sí: del inefable año 2015.
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