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Febrero es un mes en el que se respira amor y ¿qué amor hay más verdadero que el que siente cada motero por su moto?

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Redaccion Moto1pro
Redacción
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Archivo
Fecha18/02/2021
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Desde hace años, febrero es el mes del amor y la amistad. Así lo quiso el comercio en su día y así se ha quedado. Y aunque en Moto1Pro estamos enamorados de las motos todos los días del año, hemos querido aprovechar este mes para que conozcáis un poco más sobre los integrantes de esta gran familia. A continuación podréis leer las historias que hay detrás de este amor que sentimos, todos y cada uno de nosotros por el motociclismo y por las motos. Anécdotas, historias, sueños cumplidos… Porque nosotros, como muchos de vosotros que nos estáis leyendo ahora mismo, estamos enamorados de este maravilloso mundo de las dos ruedas. Aquí tenéis nuestra historia. ¿Cuál es la vuestra?

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Máximo Sant: Mi primer amor… motero

Tenía alrededor de 16 años. Ese viaje no lo olvidaré nunca. Mi tío, tras muchos años prácticamente “desaparecido”, llegó desde Alemania. Solo le conocía por fotos, pero enseguida hice muy buenas migas con él. Trajo un Opel Rekord 2.2i Station Wagon que para mi y para esa época era un verdadero “cochazo”. Le acompañaba su hija, una prima mía de la que desconocía su existencia. Carmen, algo mayor que yo, era tal y como un español de esa época se imaginaba a una alemana: Alta, rubia y como dice un amigo mío, “full equipe”. Mi tío me sugirió que los acompañase unos días a Torre del Mar en Málaga y tarde escasos nanosegundos en decir que sí.

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¿Y que tiene que ver todo esto con las motos? Porque en ese viaje coincidimos en el bar de una gasolinera con unos moteros alemanes que iban de viaje. Mi prima fue un imán para ellos, no solo porque hablase su lengua. Y mientras ellos tonteaban con mi prima, yo “tonteaba” con sus motos: Todas BMW R1000 Bóxer con carenado, maletas y su embriagador sonido. Me enamoré de esa moto. Y, como en “Lo que el viento se llevó” juré solemnemente que algún día tendría una moto como esas y viajaría con ella. Han pasado más de 40 años y tengo una BMW R1200RT en mi garaje. Es mi cuarta BMW Bóxer. Y es que el primer amor nunca se olvida…

Juan Muñoz: Sabes mi vida… ¡Seré mecánico por ti!

La proximidad de la primavera nos vuelve a todos un poco locos. Es la llegada de los primeros calores, eso de quitarte un poco los ropajes de invierno y sentir los rayos del sol. Hay un disco de Kiko Veneno que se llama “seré mecánico por ti” y habla del amor entre una persona y su moto… “He tenido que llenarme las manos de grasa. Será toda una obligación estar limpio a las seis. Estoy cansado de sólo ponerte tornillos… Quiero llegar algo más dentro de ti”.

A veces pienso que son estos actos de amor lo que nos identifican como motoristas… En mi caso tener una moto clásica, reservarla un espacio destacado en el garaje, un elevador, las herramientas precisas… Empollarte un modelo hasta sus últimos rincones, compartir en foros y grupos de aficionados tus conocimientos y esperar que el resto haga lo mismo. El libro de taller, los sitios en los que venden sus piezas, por muy antigua que sea la moto. Licenciarte y doctorarte en una moto en concreto.

El motociclismo no sólo es buscar la última novedad, también es la preservación del patrimonio. Dejar como nuevas aquellas motos que nos siguen haciendo vibrar. El gusto por las clásicas y la conservación de los modelos hablan mucho de un motociclismo adulto. Siempre he tenido como referencia otros países como Alemania o Reino Unido en el que los grandes motoristas reservaban en su garajes este espacio para sus motos perfectamente conservadas.

Quizás sea que estoy entrando ya en una edad en la que se disfruta tanto montando como desmontando tu moto. Mejor si tiene poca electrónica y mucha mecánica. La moto, objeto de celos de tu pareja de carne y hueso… Un elemento que cobra vida…

Que te enamora. “(…) Vuela conmigo por entre la circulación. Sabes que voy a desmontarte la caja de marchas. Voy a llegarte al corazón del motor… ¿Sabes, mi vida? Seré mecánico por ti”. P.D. Dedicado a Kiko Veneno, siempre fuente de inspiración vital

Esther Rabadán: Sueños cumplidos

Yo soy una enamorada de las motos desde bien pequeña. Con 8 añitos veía como mi tía Leo venía a visitarme en una flamante Honda CBR600F del 92 y ya soñaba con “ser mayor” para poder tener la mía propia. “¿Me prometes que la cuidarás siempre para regalármela cuando sea grande?” le preguntaba cada vez que la veía. Y sí, la cuidó durante muchísimos años. Pero no, no fue para mí. Pasé mi infancia rodeada de motos y tuve mi primer scooter con 14 años. Mientras mis amigas quedaban detrás de la Plaza Mayor para hacer cosas de niñas de esa edad, yo me escapaba por ahí con mi hermano y sus amigos, todos con nuestras motos. La mayoría eran motos de 49 cc pero nos daba igual. Con cambiar el tubo de escape y “trucarlas” un poquito, no nos daba envidia ninguna 125. Y aunque con 18 años vendieron mi scooter, bajo la excusa paterna de “ya tienes carnet de coche, mientras vivas bajo mi techo no tendrás una moto”, no perdí la esperanza, tenía que tener mi propia moto.

Pasó mucho tiempo. Fueron años en los que me convertí en digna paquetera. Años en los que iba a concentraciones y a circuitos a ver las carreras, muerta de envidia al ver a todo el mundo llegar agotado tras varias horas de viaje, pero con una inmensa sonrisa en la cara. Y yo quería ese cansancio, ese agotamiento y, sobre todo, esa sonrisa. Hasta que la conseguí.

Llegó el día de comprar mi primera moto. El carnet me lo había sacado 8 años atrás, los mismos que hacía que no me subía a una moto. Y no voy a negar que buscaba una moto de segunda mano como primera opción. Pero cuando entré en el concesionario, simplemente para ver cómo me venían de altura, una inmensa sonrisa asomó en mi cara. Allí estaba. Una Honda CB500F estaba situada en el escaparate mirándome con los mismos ojos con los que te mira un cachorrito. Tan brillante, tan nueva, tan… ¡Amarilla! Y le faltó poco al vendedor para convencerme, con verme la cara sabía que ya estaba todo hecho.

Una semana después de tenerla conmigo en mi garaje, cuando estaba haciendo la primera revisión (sí, la cogí con ganas), convencí a mi pareja (que ya tuvo moto años atrás) para que se comprara una moto. Para muchas mujeres a las que no les gustan las motos, soy la anti-novia. Pero lo que no entienden es que compartir tu mayor pasión con la persona que más quieres, no tiene nombre. Si una moto te hace feliz… ¡Imagínate dos!

Y ya llevo así varios años. Haciendo de la moto mi estilo de vida. Viajando sola, en pareja y con amigos. Haciendo cursos, entrando en circuito, recorriendo España; sufriendo por el frío y calor extremos, pasándolo muy mal por el viento, extremando precauciones por la lluvia.... Pero hay algo que siempre ocurre al regresar a casa. Da igual si estoy muy cansada o si el tiempo me lo ha hecho pasar mal. Cuando giro el contacto para apagarla, aún sentada sobre ella, la miro con esa inmensa sonrisa que veía en los circuitos y le doy un par de golpecitos en el depósito, orgullosa de ella y de mí misma: “qué bien te has portado hoy, Chikitina”. Por lo que siempre le digo a mis amigas: “Quédate con quien te mire como un motero mira a su moto”. Porque sí, algunos lo llamarán afición, otros lo llamarán hobbie, pero todos nosotros sabemos que lo que hay aquí es, y siempre será, amor.

Pipe Hinojosa: Segundas oportunidades

Para mi es fácil hablar de la moto de mi vida, porque lo supe desde el primer momento en que la vi. La traicioné, pero supo perdonarme y seguimos juntos. Para siempre.

Recuerdo perfectamente la primera vez que la vi. Año 2003. Yo estaba de vacaciones, leyendo en la playa, cuando apareció ante mi una foto de perfil de la Honda CB1300, en blanco y rojo. Era un anuncio a doble página en una revista mensual. “La bella y la bestia a la vez”, rezaba el eslogan. Me di cuenta enseguida de que era una moto para toda la vida y supe que tendría una, tarde o temprano.

Resultó ser más temprano que tarde. Yo me había sacado el carnet de moto en 2002 y en 2004 terminaba los dos años necesarios para poder acceder a cualquier motocicleta, sin importar cilindrada ni potencia. En condiciones normales, durante esos dos años, estaría evaluando qué moto sustituiría a mi CB500, que había comprado recién sacado el carnet, de segunda mano y “limitada” (entonces la CB500 daba 60 CV de origen, no los 48 CV que dan ahora). Pero mi elección estaba hecha y según pasaron los dos años me dispuse a buscar una CB1300 de segunda mano. Tarea difícil, porque la CB1300 llegó a España a finales de marzo de 2003 y no era una moto de masas precisamente. Encontré una unidad blanca y roja, con 8000 km, en un concesionario Triumph que había entonces cerca de la plaza de las Ventas. Del concesionario al banco y vuelta al concesionario. Vendí mi CB500 a un amigo (todavía la conserva) y compré la CB1300.

Tampoco olvidaré mi primer trayecto con la moto. No me había equivocado. La moto era pesada, sí, pero la suavidad y par motor desde las catacumbas del cuentarrevoluciones es una sensación que no he vuelto a experimentar con ninguna otra moto.

Como en todas las relaciones, la pasión se diluye con el tiempo. Casi diez años después había fijado mi atención en otras motos (no recuerdo ni cuáles). En mi edificio no hay garaje y tengo una plaza en el edificio contiguo. Ahí conocí a Santi, otro vecino de plaza que me insistía en lo bonita que era la moto y que le avisara cuando la quisiera vender. Santi es neurocirujano y pensé que no podía haber comprador más cuidadoso para mi Hondita, así que se la acabé vendiendo.

Al poco me di cuenta de que Santi la usaba todos los días pero, ¡la aparcaba en la calle el muy canalla!. El botón de pare del manillar empezó a perder su tono rojo y la moto perdió el aspecto impecable que siempre había lucido.

Al año y medio Santi me preguntó qué tal iba la nueva scooter de BMW. Al día siguiente conseguí una unidad de pruebas y le compré de vuelta la CB1300, eso sí, 1500 € más barata que cuando se la vendí. Todavía sigue conmigo, con el botón de pare anaranjado.

Pedro García: #CRD61 “The bike of love”

Así la bauticé y así se la sigue conociendo. Tengo grandes recuerdos de una BMW R100 RS de 1978 que restauré y customicé en mi época en Cafe Racer Dreams.

Como algunos ya sabréis, soy el fundador de la marca y en abril de 2015, cinco años después de su inicio, conocí a la que hoy es mi mujer. Después de haber vendido una BMW R 1100 GS, también customizada, se cruzó esta R100 RS en la que metí todo mi saber hacer de los años, toda mi alma y todo mi amor para poderla compartir con mi novia, por aquel entonces.

La moto estaba hecha al detalle. Tren delantero de una Ducati S2R 1000, con su horquilla invertida y conjunto de frenos con discos floreados Galfer, subchasis a medida, carburadores Dellórto, motor 100% hecho con pistones aligerados, escapes Supertrapp, manillar Renthal Ultra Low, neumáticos Firestone Champion Deluxe, piñas y cuentakilómetros Motogadget, faro/piloto pequeños aportando musculatura al conjunto, y como remate un asiento hecho a medida tapizado con piel de la marca Red Wing.

Sin duda fue testigo de la mejor época de CRD y su fama a nivel mundial. En Instagram, los likes se contaban por miles cada vez que la moto entraba en escena. Podemos decir que es una de las más laureadas de la saga y por la que después vinieron muchos encargos similares, futuros dueños de moto que anhelaban el mismo diseño, siendo este el más utilizado e imitado hasta la época presente, incluso en constructores de otros países.

Su nombre no pudo estar mejor traído. Vivimos grandes momentos juntos y me separé de ella cuando todo acabó. Pero a día de hoy sigue estando muy presente en mi vida, incluso mantengo un depósito pintado por un artista con nombre y no tengo duda que ha sido la moto que más me ha gustado y seguramente siga siendo así toda la vida. Estuvo conmigo tres años compartiendo éxitos y mucho amor.

Para todo aquel que quiera saber más acerca de su historia y quiera ver muchas fotos sobre la moto bastaría con hacer una búsqueda en Instagram bajo el hashtag #thebikeoflove

Roberto Ruíz: Cuando lo importante no es correr, sino recorrer

Mi historia de amor implica kilómetros, motos y montañas. Me remonto a un viaje por los Alpes con mi R 1200 GS, en solitario y durante algo más de una semana. Creo que es la velada más romántica que jamás he tenido con ella. Más de 3.700 km para atravesar los Alpes por Italia, Austria, Suiza y Francia, comenzando con un ferry que salió desde Barcelona y que terminó atravesando Andorra.

Las 48 tornantis del Passo dello Stelvio fueron la puerta de entrada a una cordillera donde el plan era recorrer, disfrutar de la moto, dormir en el camping que pillase a mano cada día, maravillarme de los paisajes y confirmar que lo que sentía por mi moto no era cosa de un amor pasajero. Fue un viaje en el que la moto lo fue todo. Era la que me llevaba, la que me hacía sonreír, la que posaba conmigo en las fotos, la que llevaba mi comida y la que dormía cada noche a mi lado.

Puedo decir que he viajado bastante, con moto y sin ella, pero aquel viaje siempre me viene a la mente como una de las experiencias más bonitas de mi vida. Fueron días de naturaleza, de enlazar curva tras curva y puerto de montaña tras puerto de montaña. De recorrer sin prisas, de conocer gente muy diversa y de envolverme en un ambiente absolutamente plagado de motos llegadas de toda Europa. Un ambiente bueno, sano, en el que relucía el compañerismo y las ganas de compartir anécdotas y experiencias.

Mi moto y yo pasamos por el Flüelapass, por el Albulapass, por el Julierpass, por el Oberalppass, por el Furkapass, por el Col du Grand Saint-Bernard y por el del Petit Saint-Bernard, así como por el Col de L’Iseran, el Col delle Finestre y Mont Ventoux. Y seguramente algún otro cuyo nombre ya no haya sido capaz de recordar, pero en los que hubo mucho asfalto e incluso alguna que otra pista de tierra.

Fueron días bonitos, de sentir que estaba enamorado, de disfrutarse el uno al otro y en los que nada podría haber salido mejor. Una historia de amor entre montañas, lagos, nieve y glaciares, pero sobre todo de mucha compenetración y entendimiento. Una historia de amor tan real que muchos años después sigue encendiendo la chispa cada vez que, hoy, mi moto y yo salimos del garaje en busca de alguna nueva historia que contar. Y recordar.